
LOGROÑO, 17 Abr.
En la pintoresca localidad de San Vicente de la Sonsierra, situada en La Rioja, se ha llevado a cabo un conmovedor acto de fe en el que un grupo de doce hombres se sometieron a una profunda flagelación, reviviendo una tradición que se remonta al siglo XVI. Este rito, que atrae a numerosos visitantes cada Semana Santa, no solo es un espectáculo religioso, sino también una manifestación de la devoción popular que mantiene viva la cultura y las costumbres de la región.
Los participantes, conocidos como picaos, realizaron su penitencia durante la 'Procesión de la Santa Cena', un momento culminante para los devotos que buscan vivir intensamente su fe. Esta ritualidad se repite por la noche en la 'Hora Santa' y se extiende a lo largo del Viernes Santo, donde los picaos siguen su tradición durante la 'Procesión del Vía Crucis' y el 'Santo Entierro'.
La identidad de estos disciplinantes se mantiene en el anonimato hasta el momento de la procesión, ya que existen requisitos específicos para participar: ser varón, mayor de edad y presentar un certificado de buena conducta y fe proporcionado por su párroco. Así, rodeados de un ambiente de solemnidad, los picaos se preparan para llevar a cabo su sacrificio personal.
Cada disciplinante es acompañado por un miembro de la Cofradía de la Santa Vera Cruz, quien actúa como guía y protector durante todo el proceso. Vestidos con hábito religioso, realizan una súplica ante el paso y, tras recibir la bendición, inician la flagelación con la ayuda de un instrumento conocido como "esponja", consistente en una bola de cera con cristales que causan un piquete ritual en la espalda.
Con un promedio de entre 800 y 1.000 golpes, el acto culmina en un momento de especial cuidado, donde un practicante se asegura de infligir un leve castigo para dejar brotar unas gotas de sangre, suficiente para evitar mayores molestias pero sin incrementar el sufrimiento innecesariamente. Este sencillo ritual es parte de un profundo simbolismo que habla del sufrimiento y la redención.
Al concluir la flagelación, el disciplinante y su acompañante regresan a la cofradía, donde se les proporciona cuidado a las heridas con agua de romero, reflejando la atención que se presta a los que buscan expiar sus pecados. Este rito no solo se vive en Semana Santa; también se repite en la 'Cruz de Mayo' y en septiembre, continuando así una herencia cultural que perdura en el tiempo.
Las procesiones de Los Picaos fueron reconocidas en 2005 como de Interés Turístico Nacional, y en 2016 fueron catalogadas como Bien de Interés Cultural de carácter Inmaterial, asegurando su lugar en el patrimonio español. Su relevancia no solo se encuentra en su antigüedad, sino en la conexión emocional que establecen con una época en que las comunidades estaban más unidas por la fe.
Aunque no se tiene constancia exacta de la antigüedad de esta tradición, en 1551 la Cofradía de la Veracruz formalizó sus estatutos, lo que da cuenta de su larga trayectoria y del deseo de consolidar una práctica religiosa que ha evolucionado con el tiempo. En años recientes, desde 1998, las mujeres han sido reincorporadas a esta hermandad, adoptando roles que estaban reservados a los hombres, donde su penitencia se asemeja a la que históricamente llevaban a cabo como 'Marías'.
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