
Un investigador destaca riesgos poco conocidos para la salud cerebral, como el nivel educativo, que pueden incidir significativamente en la prevención del alzheimer.
LOGROÑO, 28 Sep.
Crear una red de protección contra el alzheimer es una meta alcanzable, y mejorar el nivel educativo es una de las vías más efectivas para lograrlo. La formación continua, junto con el uso activo de la Inteligencia Artificial, no solo enriquece el conocimiento, sino que también activa nuestras capacidades cognitivas.
Con motivo del reciente Día Mundial del Alzheimer, una jornada destinada a aumentar la conciencia sobre esta enfermedad neurodegenerativa que afecta a millones de personas, el investigador Javier Tubío ha cuestionado algunas creencias erróneas sobre la enfermedad.
En una entrevista con Europa Press, Tubío, que se desempeña como docente e investigador en el campo de la gerontología y la neuropsicología en la Universidad Internacional de La Rioja (UNIR), expuso que el alzheimer se caracteriza por la muerte progresiva de neuronas.
Este proceso degenerativo resulta en una disminución gradual de las funciones cognitivas, afectando la memoria, el lenguaje e incluso habilidades motrices previamente adquiridas.
No existe una única causa para esta enfermedad. Aunque algunas alteraciones en el ADN pueden ser hereditarias, gran parte de los casos se debe a la exposición a sustancias nocivas como el tabaco o el alcohol.
Lo más alarmante es que muchos de estos factores de riesgo son prevenibles, estimándose que aproximadamente el 40% de ellos podrían ser evitados a lo largo de nuestra vida.
La exposición a tóxicos, como el alcohol y el tabaco, es uno de los peores errores que se pueden cometer en relación a la salud cerebral. Durante años, se ha mantenido el mito de que la nicotina podría ofrecer algún tipo de protección, cuando la realidad demuestra que es un factor de riesgo claro. El alcohol también juega un papel significativo en este contexto.
Por otro lado, existen factores protectores que deben considerarse, como la práctica regular de ejercicio, mantener un sueño adecuado y seguir una dieta equilibrada. Sin embargo, hay riesgos que la mayoría de la gente desconoce y que son tan críticos como, por ejemplo, la alimentación.
En este sentido, Tubío ha subrayado que el nivel educativo es fundamental, ya que el proceso de aprendizaje activa el cerebro. “Se ha demostrado que, entre los factores prevenibles, el nivel educativo es el más influyente”, explicó, alertando que “las personas sin formación pueden incrementar su riesgo en un 7%”.
A lo largo de la vida, nuestro cerebro tiene la capacidad de adaptarse. Enfrentarse a nuevos aprendizajes fomenta la creación de conexiones neuronales más fuertes, lo cual puede convertirse en una defensa si se presenta la enfermedad por razones genéticas.
La inversión en cultura y conocimiento “amortigua” la aparición de demencia y alzheimer, un concepto conocido como reserva cognitiva. Esto significa que las manifestaciones de la enfermedad pueden ser menos severas y aparecer en etapas más tardías de la vida.
Por ejemplo, una persona sin estudios puede comenzar a mostrar síntomas a los 55 años, mientras que alguien con un nivel educativo más elevado, que ha cultivado su reserva cognitiva, podría desarrollar la enfermedad 20 o 30 años más tarde.
Es importante resaltar que el concepto de educación no se limita a la formación académica formal; también abarca el aprendizaje informal y la iniciativa de autoeducarse.
Además, llevar una vida social activa es otro elemento crucial. Interactuar con amigos y contar con una red social sólida puede reducir la probabilidad de enfermedad y retrasar su progreso. La estimulación social fomenta el compromiso en diversas actividades y mejora el bienestar mental.
En este contexto, la Inteligencia Artificial puede desempeñar un papel valioso, ya que su aprendizaje conlleva un esfuerzo cognitivo. Utilizarla para obtener recursos, descubrir actividades o conectarse con otros puede ser sumamente beneficioso.
No obstante, es crucial tener precaución: “Si recurrimos a la tecnología para hacer todo el trabajo mental, sin esforzarnos, como seguir una receta sin entender su preparación, corremos el riesgo de no activar nuestro cerebro”.
Escribir, por su parte, es otra actividad que beneficia la salud cerebral, ya que implica concentración y organización de ideas, sobre todo si se realiza de forma manual, puesto que también se ejercitan habilidades motrices fundamentales.
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